Thursday 6 September 2018

“La verdadera historia de quien fundó Caracas” por Jimeno Hernández.


“La verdadera historia de quien fundó Caracas” por Jimeno Hernández.

La cultura popular venezolana le atribuye la fundación de la ciudad de Santiago de León de Caracas al Capitán español Don Diego de Losada. Eso no es cierto en su totalidad pues entre las páginas cenicientas de la historia de este valle, se esconde el secreto más íntimo de la ciudad. Uno que debe ser contado porque muchos no lo conocen y los que sí, parecen haberlo olvidado.
Según narra el testamento que nos han dejado las crónicas y epístolas rubricadas durante aquellos remotos años de la conquista española, fue durante el transcurso de las calurosas horas de una tarde de Julio en 1567 que la expedición de Don Diego de Losada llegó a este valle. Aquellas almas aventureras habían pasado horas improvisando una trocha entre el espeso follaje tropical al son de sus espadas cuando algo los hizo detener la marcha repentinamente.
El escenario que se desplegaba ante sus ojos los dejó atónitos. Entre la alta maleza y las espinas de las trepadoras aparecieron las ruinas de una villa europea. De aquella tupida vegetación surgían los estantillos chamuscados de lo que parecía haber sido una cerca y, unos cuantos metros más atrás, se podían observar los vestigios de algunos ranchos. Los hombres del Capitán no encontraron a nadie en el sitio. El poblado había sido abandonado hacia bastante tiempo y había sido víctima de una candela. Igual inspeccionaron los alrededores y no hallaron sobrevivientes ni cadáveres frescos. Tampoco pudieron oler la fetidez de la muerte en el ambiente. Lo que si encontraron allí fue unos cuantos huesos. Regados por el lugar había uno que otro carapacho de bovino, la mandíbula de un caballo, un par de costillas y hasta un cráneo humano. Aquellas ruinas que encontraron los hombres de Don Diego formaban parte de un espectro estático y testigo mudo de una tragedia. Se habían tropezado en su camino con un verdadero pueblo fantasma.
Eso ocurrió exactamente en las laderas de un cerro que en la actualidad se conoce como El Calvario y se encuentra ubicado al noroeste de Catia. Lo que aconteció aquella tarde no fue casualidad. Don Diego se topó exactamente con lo que estaba buscando. Aquellas ruinas eran la “X” en el mapa del tesoro. Finalmente había llegado al lugar en el que alguna vez había existido la Villa de San Francisco, un hato ganadero que constituía el último paradero antes de llegar a las minas de oro cercanas al área de los Teques, esas que custodiaban los feroces hombres del cacique Guaicaipuro.
El Capitán Losada no fue el primero en llegar aquí a Caracas ni fue su fundador, mas bien fue el cuarto conquistador en atreverse a colonizar esta zona. Él fue el hombre que refundó la ciudad sobre aquellas ruinas para revivirla.
La Gloria no puede ser toda del Capitán Losada pues la verdadera historia de la fundación de la ciudad de Caracas empieza a escribirse siete años antes de aquella tarde de Julio de 1567 a manos de otro personaje. El primero en establecerse frente al Ávila fue un conquistador que llegó de una isla no muy lejana. Llevaba por nombre el de Francisco Fajardo y era nacido en un diminuto caserío llamado “Pueblo de Mar” que hoy se conoce como Porlamar en Margarita. Era hijo de un blanco peninsular y de Doña Isabel, una india nieta del Cacique Charaima de la tribu de los Guaiquerí. Sus orígenes y los aconteceres de su vida lo excluyen del estereotipo del típico conquistador. Para empezar, Fajardo era un mestizo cuya sangre lo ataba a dos mundos completamente distintos y con un océano inmenso de por medio. Fue uno de los pocos afortunados que vivió en familia y gozó de los privilegios del apellido de su padre. Tan sortario fue este mestizo que hasta el mismísimo Rey de España le otorgaría el derecho de llevar el Don antes de su nombre. Durante su infancia fue educado en las maneras española pero solía escuchar los relatos de su madre para, poco a poco, ir descubriendo su vínculo familiar con caciques de tierras plagadas de riquezas y distintas a su isla natal. En esa cabeza de soñador no tardaría en germinar el ideal de la convivencia pacífica entre españoles y aborígenes.
FAJARDO SE VA A LA COSTA
En los tiempos que el corazón de aquellas tierras del Nuevo Mundo era desconocido y se dilataba únicamente hasta donde alcanzaban el ánimo, la perseverancia y la fuerza del brazo de la espada, la costa de Venezuela era fracturada por el reino para las excursiones de los conquistadores. De Cabo de la Vela a Maracapana para los Belzares; de Maracapana a la punta de Paria para los de Cubagua y de Paria hasta las bocas del Marañón para Diego de Ordás. Es entonces cuando el Gobernador Gutiérrez de la Peña corta un nuevo tajo que abarca desde Maracapana hasta Borburata y se lo cede a Don Francisco Fajardo.
Este aventurero y conocedor de las lenguas indígenas emprendió en 1555 su primer viaje a la costa. Se embarcó acompañado de un puñado de hombres y en esa expedición llegó hasta Chuspa donde recogió información de la zona y entabló relación de amistad con los caciques costeños Naiguatá y Guaicamacuare. Su segunda empresa a tierra firme la realizó dos años después, cuando se hizo acompañar por casi un centenar de Guaiqueríes y un pequeño contingente de españoles. Desembarcaron al oeste de Chuspa en un lugar que bautizaron como Panecillo y en su llegada los caciques amigos le cedieron al mozo un terreno a las laderas de un cerro donde podría plantar un asiento. Con aquellas buenas nuevas marchó de allí a Borburata y después al Tocuyo para obtener del gobernador los títulos para la conquista del valle. Al regresar al lugar donde debían asentarse, las relaciones con los indios de la zona empezaban a marchitarse y sufrieron una emboscada que les propinó el cacique Paisana, quien terminó envenenando las aguas del rio diezmando la expedición que se vio obligada a devolverse hasta Margarita.
Su tercera expedición la realizó en 1560 y se fue a la costa escoltado de doscientos indios y una docena de españoles llevando consigo los títulos sobre la tierra obtenidos de la Audiencia de Santo Domingo. Al desembarcar en Caruao se garantizó la benevolencia del Cacique Guaicamacuare y se adentró camino a El Tocuyo. Encontró en el camino al cacique Terepaima en pie de guerra pero pudo apaciguarlo al hablarle en su idioma. Llegó a Nueva Valencia del Rey donde obtuvo la ratificación de sus títulos de Don Pablo Collado y se comprometió a bautizar una villa con el nombre de aquel señor. De allí partió con un puño de ganado en dirección al valle que debía conquistar.
Fue así como aquel año, en tierras que pertenecían a la tribu de los Teremainas, la gente de Fajardo levantó a orillas del Guaire por primera vez un seto para el ganado y unos ranchos, fundando a una villa que bautizó con el nombre “San Francisco”. El lugar era ideal para el asentamiento español por las facilidades que ofrecía el terreno para moverse a caballo y su cercanía a la costa bajando por la quebrada de Tacagua. Al final de esa cañada, Fajardo cumplió su palabra y fundó en su salida al mar el poblado de Nuestra Señora del Collado, una población de La Guaira que actualmente se conoce con el nombre de Caraballeda.
Entre esos dos poblados permanecieron en paz durante algunos meses hasta que llegó a la villa un indio con dos águilas doradas y aseguró a sus habitantes que no muy lejos de allí existían montañas atestadas de oro. Al poco tiempo llegaron las noticias a El Tocuyo y por una curiosa paradoja humana, en contraste a la tolerancia que había experimentado con los indios de la zona, los españoles, con los cuales Fajardo también compartía la sangre que corría por sus venas, empezaron a desprestigiarlo y conspirar en su contra dando rienda suelta a las más picantes y venenosas intrigas. Lenguas viperinas murmuraban en el Tocuyo y en San Francisco que Fajardo era inferior porque estaba emparentado con los irracionales, que su astucia era propia de los barbaros de su raza, que si de los criollos se podía fiar poco de los mestizos nada y hasta aseguraban que era un hombre peligroso. Tal fue el escándalo que Fajardo fue despojado de sus cargos y remitido a prisión en El Tocuyo.
La fiebre del oro enloqueció a los españoles decretando sentencia de muerte a la paz en el valle porqué, como dicen por ahí, la codicia rompe el saco. Cuando comenzaron el acoso a las mujeres y la violencia para saber dónde estaba el oro, finalmente estalló la guerra y la villa fue arrasada por las fuerzas de Guaicaipuro. El lugar fue abandonado y Fajardo murió en una horca de Cumaná a manos de Alonso Cobos en 1564 sin jamás regresar a “San Francisco”.
Después de Fajardo vinieron otros aventureros con la esperanza de revivir la villa y hacerse así con las minas de oro de Los Teques. Juan Rodríguez Suarez fue el segundo en llegar pero perdió la vida en combate. A este lo sucedió una expedición a mando de Luis Narváez que también fracasó. La voracidad de sangre de los indígenas no dio tregua a los españoles que comenzaron a referirse a la zona como el valle del miedo. Los que llegaron al sitio vivían aterrorizados de las arremetidas y le rezaban a San Sebastián para que los protegiera de las flechas porque les llovían todas las noches entre gritos, el retumbar de los tambores y el sonido del botuto. Algunos hasta decían haber visto la sombra de monstruos entre la vegetación ya que los hombres de Guaicaipuro y Paramacay iban vestidos con pieles de jaguar, petos de caimán y utilizaban las cabezas de aquellos saurios como casco.
En fin, la ciudad de Caracas no fue fundada realmente por un español en 1567 como ahora dice la gente. Nuestra capital fue fundada por un mestizo margariteño en 1560 y esta fue abandonada en varias ocasiones. A la cuarta fue la vencida y el Capitán Don Diego de Losada se quedó con la gloria de llevar el título de fundador de Caracas, así lo dice su tumba en Cubiro mientras nadie sabe donde reposan los restos de Francisco Fajardo.
@jjmhd