“La verdadera historia de
quien fundó Caracas” por Jimeno Hernández.
La cultura popular venezolana le atribuye la
fundación de la ciudad de Santiago de León de Caracas al Capitán español Don
Diego de Losada. Eso no es cierto en su totalidad pues entre las páginas
cenicientas de la historia de este valle, se esconde el secreto más íntimo de
la ciudad. Uno que debe ser contado porque muchos no lo conocen y los que sí,
parecen haberlo olvidado.
Según narra el testamento que nos han dejado las
crónicas y epístolas rubricadas durante aquellos remotos años de la conquista
española, fue durante el transcurso de las calurosas horas de una tarde de
Julio en 1567 que la expedición de Don Diego de Losada llegó a este valle.
Aquellas almas aventureras habían pasado horas improvisando una trocha entre el
espeso follaje tropical al son de sus espadas cuando algo los hizo detener la
marcha repentinamente.
El escenario que se desplegaba ante sus ojos los
dejó atónitos. Entre la alta maleza y las espinas de las trepadoras aparecieron
las ruinas de una villa europea. De aquella tupida vegetación surgían los
estantillos chamuscados de lo que parecía haber sido una cerca y, unos cuantos
metros más atrás, se podían observar los vestigios de algunos ranchos. Los
hombres del Capitán no encontraron a nadie en el sitio. El poblado había sido
abandonado hacia bastante tiempo y había sido víctima de una candela. Igual
inspeccionaron los alrededores y no hallaron sobrevivientes ni cadáveres
frescos. Tampoco pudieron oler la fetidez de la muerte en el ambiente. Lo que
si encontraron allí fue unos cuantos huesos. Regados por el lugar había uno que
otro carapacho de bovino, la mandíbula de un caballo, un par de costillas y
hasta un cráneo humano. Aquellas ruinas que encontraron los hombres de Don
Diego formaban parte de un espectro estático y testigo mudo de una tragedia. Se
habían tropezado en su camino con un verdadero pueblo fantasma.
Eso ocurrió exactamente en las laderas de un
cerro que en la actualidad se conoce como El Calvario y se encuentra ubicado al
noroeste de Catia. Lo que aconteció aquella tarde no fue casualidad. Don Diego
se topó exactamente con lo que estaba buscando. Aquellas ruinas eran la “X” en
el mapa del tesoro. Finalmente había llegado al lugar en el que alguna vez
había existido la Villa de San Francisco, un hato ganadero que constituía el
último paradero antes de llegar a las minas de oro cercanas al área de los
Teques, esas que custodiaban los feroces hombres del cacique Guaicaipuro.
El Capitán Losada no fue el primero en llegar
aquí a Caracas ni fue su fundador, mas bien fue el cuarto conquistador en
atreverse a colonizar esta zona. Él fue el hombre que refundó la ciudad sobre
aquellas ruinas para revivirla.
La Gloria no puede ser toda del Capitán Losada
pues la verdadera historia de la fundación de la ciudad de Caracas empieza a
escribirse siete años antes de aquella tarde de Julio de 1567 a manos de otro
personaje. El primero en establecerse frente al Ávila fue un conquistador que
llegó de una isla no muy lejana. Llevaba por nombre el de Francisco Fajardo y
era nacido en un diminuto caserío llamado “Pueblo de Mar” que hoy se conoce
como Porlamar en Margarita. Era hijo de un blanco peninsular y de Doña Isabel,
una india nieta del Cacique Charaima de la tribu de los Guaiquerí. Sus orígenes
y los aconteceres de su vida lo excluyen del estereotipo del típico
conquistador. Para empezar, Fajardo era un mestizo cuya sangre lo ataba a dos
mundos completamente distintos y con un océano inmenso de por medio. Fue uno de
los pocos afortunados que vivió en familia y gozó de los privilegios del
apellido de su padre. Tan sortario fue este mestizo que hasta el mismísimo Rey
de España le otorgaría el derecho de llevar el Don antes de su nombre. Durante
su infancia fue educado en las maneras española pero solía escuchar los relatos
de su madre para, poco a poco, ir descubriendo su vínculo familiar con caciques
de tierras plagadas de riquezas y distintas a su isla natal. En esa cabeza de
soñador no tardaría en germinar el ideal de la convivencia pacífica entre
españoles y aborígenes.
FAJARDO SE VA A LA COSTA
En los tiempos que el corazón de aquellas
tierras del Nuevo Mundo era desconocido y se dilataba únicamente hasta donde
alcanzaban el ánimo, la perseverancia y la fuerza del brazo de la espada, la
costa de Venezuela era fracturada por el reino para las excursiones de los
conquistadores. De Cabo de la Vela a Maracapana para los Belzares; de
Maracapana a la punta de Paria para los de Cubagua y de Paria hasta las bocas
del Marañón para Diego de Ordás. Es entonces cuando el Gobernador Gutiérrez de
la Peña corta un nuevo tajo que abarca desde Maracapana hasta Borburata y se lo
cede a Don Francisco Fajardo.
Este aventurero y conocedor de las lenguas
indígenas emprendió en 1555 su primer viaje a la costa. Se embarcó acompañado
de un puñado de hombres y en esa expedición llegó hasta Chuspa donde recogió
información de la zona y entabló relación de amistad con los caciques costeños
Naiguatá y Guaicamacuare. Su segunda empresa a tierra firme la realizó dos años
después, cuando se hizo acompañar por casi un centenar de Guaiqueríes y un
pequeño contingente de españoles. Desembarcaron al oeste de Chuspa en un lugar
que bautizaron como Panecillo y en su llegada los caciques amigos le cedieron
al mozo un terreno a las laderas de un cerro donde podría plantar un asiento.
Con aquellas buenas nuevas marchó de allí a Borburata y después al Tocuyo para
obtener del gobernador los títulos para la conquista del valle. Al regresar al
lugar donde debían asentarse, las relaciones con los indios de la zona
empezaban a marchitarse y sufrieron una emboscada que les propinó el cacique
Paisana, quien terminó envenenando las aguas del rio diezmando la expedición
que se vio obligada a devolverse hasta Margarita.
Su tercera expedición la realizó en 1560 y se
fue a la costa escoltado de doscientos indios y una docena de españoles
llevando consigo los títulos sobre la tierra obtenidos de la Audiencia de Santo
Domingo. Al desembarcar en Caruao se garantizó la benevolencia del Cacique
Guaicamacuare y se adentró camino a El Tocuyo. Encontró en el camino al cacique
Terepaima en pie de guerra pero pudo apaciguarlo al hablarle en su idioma.
Llegó a Nueva Valencia del Rey donde obtuvo la ratificación de sus títulos de
Don Pablo Collado y se comprometió a bautizar una villa con el nombre de aquel
señor. De allí partió con un puño de ganado en dirección al valle que debía
conquistar.
Fue así como aquel año, en tierras que
pertenecían a la tribu de los Teremainas, la gente de Fajardo levantó a orillas
del Guaire por primera vez un seto para el ganado y unos ranchos, fundando a
una villa que bautizó con el nombre “San Francisco”. El lugar era ideal para el
asentamiento español por las facilidades que ofrecía el terreno para moverse a
caballo y su cercanía a la costa bajando por la quebrada de Tacagua. Al final
de esa cañada, Fajardo cumplió su palabra y fundó en su salida al mar el
poblado de Nuestra Señora del Collado, una población de La Guaira que
actualmente se conoce con el nombre de Caraballeda.
Entre esos dos poblados permanecieron en paz
durante algunos meses hasta que llegó a la villa un indio con dos águilas
doradas y aseguró a sus habitantes que no muy lejos de allí existían montañas
atestadas de oro. Al poco tiempo llegaron las noticias a El Tocuyo y por una
curiosa paradoja humana, en contraste a la tolerancia que había experimentado
con los indios de la zona, los españoles, con los cuales Fajardo también
compartía la sangre que corría por sus venas, empezaron a desprestigiarlo y
conspirar en su contra dando rienda suelta a las más picantes y venenosas
intrigas. Lenguas viperinas murmuraban en el Tocuyo y en San Francisco que
Fajardo era inferior porque estaba emparentado con los irracionales, que su
astucia era propia de los barbaros de su raza, que si de los criollos se podía
fiar poco de los mestizos nada y hasta aseguraban que era un hombre peligroso.
Tal fue el escándalo que Fajardo fue despojado de sus cargos y remitido a
prisión en El Tocuyo.
La fiebre del oro enloqueció a los españoles
decretando sentencia de muerte a la paz en el valle porqué, como dicen por ahí,
la codicia rompe el saco. Cuando comenzaron el acoso a las mujeres y la
violencia para saber dónde estaba el oro, finalmente estalló la guerra y la
villa fue arrasada por las fuerzas de Guaicaipuro. El lugar fue abandonado y
Fajardo murió en una horca de Cumaná a manos de Alonso Cobos en 1564 sin jamás
regresar a “San Francisco”.
Después de Fajardo vinieron otros aventureros
con la esperanza de revivir la villa y hacerse así con las minas de oro de Los
Teques. Juan Rodríguez Suarez fue el segundo en llegar pero perdió la vida en
combate. A este lo sucedió una expedición a mando de Luis Narváez que también
fracasó. La voracidad de sangre de los indígenas no dio tregua a los españoles
que comenzaron a referirse a la zona como el valle del miedo. Los que llegaron
al sitio vivían aterrorizados de las arremetidas y le rezaban a San Sebastián
para que los protegiera de las flechas porque les llovían todas las noches
entre gritos, el retumbar de los tambores y el sonido del botuto. Algunos hasta
decían haber visto la sombra de monstruos entre la vegetación ya que los
hombres de Guaicaipuro y Paramacay iban vestidos con pieles de jaguar, petos de
caimán y utilizaban las cabezas de aquellos saurios como casco.
En fin, la ciudad de Caracas no fue fundada
realmente por un español en 1567 como ahora dice la gente. Nuestra capital fue
fundada por un mestizo margariteño en 1560 y esta fue abandonada en varias
ocasiones. A la cuarta fue la vencida y el Capitán Don Diego de Losada se quedó
con la gloria de llevar el título de fundador de Caracas, así lo dice su tumba
en Cubiro mientras nadie sabe donde reposan los restos de Francisco Fajardo.
@jjmhd
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