SUBDESARROLLO
(Rafael
Grooscors Caballero)
La decisión de “activar” el motor de
la minería, para dejar de depender del petróleo, dado sus bajos precios en el
mercado internacional y pasar al brillo y relumbre del oro y los diamantes, no
sólo es un mentís de quienes dicen trabajar para librar a Venezuela del
“rentismo” (Maduro y Aristóbulo, dixit), sino una flagrante demostración de
cómo es que no podemos dejar de pensar sin tener el subdesarrollo como modelo
para guiar nuestras ideas. Modelo, por lo demás, impuesto por una cultura
dominante (¿sub-cultura?), la cual nos arrastra, miserablemente, desde la
colonia. Somos gente de segunda; dependientes. Somos periféricos. Incapaces de
concebirnos como centro del mundo, estamos siempre prestos a producir ayudas a las grandes corporaciones
que controlan el comercio y los mercados mundiales. Materias primas, minerales,
para su transformación exógena. Primero, petróleo; ahora, oro, diamantes, grafito,
coltán. En lo primero –petróleo-- nunca pensamos
en la utilización estratégica del Golfo de Venezuela (Lago de Maracaibo) en
función de su ubicación en el Mar Caribe, sección Atlántica y a pocos
kilómetros de distancia del Océano Pacífico, vínculos de los demás Continentes
del orbe. Nunca pensamos en la transformación de los crudos y en la
investigación e innovación en los procesos para lograrlo, con la vista puesta
en la inmensidad de productos petroquímicos derivados y en sus incuantificables
variables para un mundo en constante renovación. En lo segundo –el oro, los
diamantes, los metales raros—probablemente nos quedaremos en la fascinación de
los aventureros del descubrimiento, enceguecidos por la leyenda de “El Dorado”.
Nada de extraño tiene que, a pesar de
que somos una de las más grandes reservas de agua del mundo, tengamos una
economía primaria sometida a las rigideces de un medio ambiente “seco” y a una
población sedienta, a la cual ahora se le dice cómo tiene que hacer para ahorrar el líquido vital.
Que la fuerza de las aguas que riegan al Orinoco, no sea tampoco suficiente ni
siquiera para garantizar el nivel de reservas del Guri, para mantener,
preferiblemente, en producción creciente, a las empresas básicas de Guayana,
igualmente amenazadas de perecer por la incapacidad gerencial de los
funcionarios públicos correspondientes. ¿Qué decir de nuestra agricultura; de
nuestra ganadería; de nuestra piscicultura? Somos dependientes; por eso
importamos lo que tenemos que comer para vivir.
Más que “sacar” a Maduro y sustituir a
su errático gobierno, lo que tenemos que hacer es aprender a pensar y enseñar,
asimismo, a nuestros coterráneos, a concebir la posibilidad de cambiar el
modelo y esforzarnos todos para convertirnos en un país desarrollado. En poner
a Venezuela a convivir en el “Primer Mundo” y dejar atrás la insolencia
ideológica del “tercero”, percibido como “propio” por nuestras mentes
subdesarrolladas, en el entendido de que nos sobran condiciones para aspirar a
este cambio, sustancial e histórico, mucho más ejemplarizante, si se quiere,
que todas las demás “gestas” que nos han hecho famosos en nuestro medio. Somos
muchos los que hemos puesto a debate público, las ideas de las autonomías
productivas de los estados y de la organización de una Democracia
Parlamentaria, en reemplazo del agotado presidencialismo centralista. Así se
gobierna en el Primer Mundo. La necesidad de llevar a la práctica estas ideas,
debería ser la obligación primaria del pensamiento dirigente de nuestra
sociedad, de los líderes políticos, de los aspirantes al control del Poder,
distraídos en la inmediatez.
Dejar que nos digan, sin respuesta
indignada, que ahora vamos a tranzar oro y diamantes para pagar las
importaciones que requerimos para vivir, que desde hace cien años pagábamos con
petróleo, es convencernos de que todos somos unos irresponsables, víctimas de
una cultura de segundos, o de terceros, en fila, la cual tenemos que erradicar
de nuestra conducta. Pasemos a ser venezolanos de verdad. Rompamos el modelo.
Reorganicemos nuestro orden político territorial y metámonos en la cabeza de
que somos suficientemente capaces de producir, dentro de nuestras fronteras,
para consumir, satisfacernos y exportar, compitiendo con los grandes del mundo,
a quienes también podremos vencer. Decidámonos a hacerlo. No podemos seguir,
con los brazos cruzados, sin mensaje y sin aliento, viendo el derrumbe de
nuestro solar, como vecinos ausentes de un barrizal. Cambiemos el discurso. No
nos sigamos engañando. Los que nos leen, saben a qué nos estamos refiriendo.
Seguir estimulando “el pobre pensamiento de los pobres”, como fuerza definitiva
para que contribuyan a nuestra “peligrosa” victoria, con votos, si no con
balas, es una misión perversa que debemos abandonar. Hablemos claro. La
democracia tiene que ser para crecer, para cambiar, para desarrollar y
engrandecer a nuestra sociedad. Para dejar el subdesarrollo y entrar, de lleno,
a un estadio superior en el Primer Mundo. En resumen, al conjugar las vías para
superar la catástrofe nacional a la que nos ha llevado el mal gobierno que
padecemos, tengamos muy en cuenta que no
podemos seguir probando con sistemas atrasados e ineficientes. Pensemos en un
régimen mucho más democrático y avanzado, en función del presente inmediato y
del próximo futuro, a cuyas puertas estamos. Un régimen más representativo de
la voluntad popular y de la soberanía
nacional, mejor dispuesto para el desarrollo que merecemos. Pensemos en un
orden fundamentado en la Autonomía Productiva de los Estados, dentro de un
sistema de Democracia Parlamentaria. Pensemos y actuemos.