La muerte de
Jesús: verdad contada por los historiadores no cristianos
Estudiosos explican cuatro causas de la
muerte de Cristo, tras el terrible suplicio en la cruz.
Por: JUAN GOSSAÍN |
23 de marzo de
2016
Foto: Rodolfo Herrera / EL TIEMPO
Se conjetura que mientras estuvo
crucificado, Jesús sufrió una terrible arritmia cardíaca, debido a que su
corazón trataba de bombear afanosamente una sangre que ya no tenía.
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Desde que tengo memoria me he hecho esta
pregunta: ¿cómo habrían descrito
los médicos forenses las causas de la muerte de Jesucristo si hubiesen tenido
oportunidad de practicarle una autopsia? ¿De qué murió?
Estamos ya en Semana Santa y sabemos
cómo relata el Evangelio, con detalles minuciosos, todos los acontecimientos de
aquel viernes, que todavía hoy causan una conmoción en el mundo. En cada misa
el sacerdote lee a los concurrentes unos párrafos del relato magistral que
dejaron escrito los seguidores del crucificado. La gente se sabe de memoria las
siete frases que pronunció antes de fallecer.
Pero confieso que he dedicado media vida a investigar qué es lo que dicen sobre tales acontecimientos aquellos historiadores de la época que no tuvieron influencias religiosas ni fueron partidarios del crucificado. Me refiero a historiadores profesionales o testigos presenciales que no eran cristianos. A gente que, por no tener interés personal en el asunto, hiciera un relato objetivo y ponderado.
He buscado, además, las pocas pero
extraordinarias investigaciones científicas sobre la muerte de Cristo que se
han conocido en los veinte siglos largos transcurridos desde entonces. A
renglón seguido les resumo ambos temas.
Sospecho que ustedes van a quedar tan
asombrados como yo al descubrir que, desde un punto de vista netamente médico y
académico, los doctores coinciden
con la narración de los evangelistas.
No soy teólogo ni predicador sagrado,
sino un humilde periodista que se limita a registrar los hechos tal como
ocurrieron.
En carne viva
Haga de cuenta que ya son las 12 del día
de aquel viernes trágico. El sol está alto en el cielo. Jesús acaba de llegar
al monte Calvario, o monte de la Calavera, en las afueras de Jerusalén, un
pequeño promontorio llamado así porque no tiene hierba y parece una cabeza
pelada. Yo lo recorrí hace muchos años, haciendo periodismo. En idioma arameo,
calavera se dice ‘gólgota’. Arameo era el idioma en que predicaba Jesús. En
Siria quedan unas 25.000 personas que hablan arameo.
En el camino hacia la muerte, Jesús
lleva a cuestas el madero horizontal de la cruz, llamado 'patibullum', el cual,
según las informaciones más serias, pesa alrededor de sesenta kilos. El
vertical se lo agregarán cuando ya esté en el monte, poco antes de
crucificarlo, puesto de espaldas al suelo, de cara al sol del mediodía. Lo
acompaña el populacho frenético, revueltos malhechores y niños con mujeres
curiosas, que disfrutan morbosamente con el terrible espectáculo. Lo empujan
hasta hacerlo rodar por el suelo de piedra, se ríen de él a carcajadas, los
soldados romanos lo insultan.
Flavio Josefo, un respetado cronista del
paganismo, relata que “se
burlaban de él lanzándole escupitajos y gritándole: ‘Si tu Dios te quiere
tanto, que venga a salvarte’. Parecían
perros sedientos de sangre tras los despojos del pobre hombre”.
“Y, sin embargo”, agrega Plinio el Joven en sus
anotaciones romanas, “aquel condenado adolorido y sangrante los miraba a todos
con una mirada mansa y piadosa”.
Antes de iniciar su recorrido hacia el
Calvario, a través de un laberinto de callecitas que hoy se conoce como
“viacrucis”, Jesús fue castigado con 39 latigazos en la espalda desnuda.
Treinta años después, el historiador romano Cayo Graciano, que también era
pagano, y que pudo entrevistar a varios testigos presenciales, nos informa que tales
látigos son tiras de cuero que llevan colgadas unas bolas metálicas.
Fueron esas bolas las que le provocaron
los enormes moretones que se le veían en la espalda. Como si fuera poco,
también lo azotaron con un monstruoso instrumento de tortura, unos largos
pedazos de hueso afilado, que le cortaron la carne severamente.
‘¿Cómo pudo aguantar?’
Miren lo que describe textualmente Cayo
Graciano: “Cuando llegó al monte, el Nazareno, que además era muy flaco, tenía
la espalda tan desgarrada que quienes estaban más cerca de él dicen que
pudieron verle algunos fragmentos de la columna vertebral, a pesar de los
borbotones de sangre que le brotaban”.
“¿Cómo pudo resistir ese hombre
semejante dolor durante tanto tiempo?”, se preguntó un día el fisiólogo Zacarías
Frank, uno de los investigadores médicos más respetados del siglo XX, austríaco
de nacimiento, y que tampoco era cristiano, sino judío practicante.
Sobre ese aspecto específico hay un
hecho elocuente que poca gente conoce.El dolor de Jesús era tan agobiante
que en esa época no existía una palabra para describirlo, ni siquiera en la
ciencia médica. Tuvieron que pasar diecinueve siglos antes de que inventaran el
término apropiado para referirse a un dolor que no se puede soportar: los
doctores lo llaman, precisamente, ‘dolor excruciante’, que, traducido al lenguaje corriente, significa ‘dolor que se
siente en la cruz’. La
Academia Inglesa de Medicina lo describe así: “Dolor atroz, insoportable y
agonizante”.
Los clavos
Volvemos al monte Calvario. Ya lo están
clavando en la cruz, que será levantada en medio de la colina. Ahora hemos
venido a saber, gracias a las investigaciones científicas más respetables, que,
contra lo que suele creer la tradición popular, y contra lo que se representa
en cuadros y dibujos de la imaginería artística, los clavos no le fueron
puestos en las palmas de las manos. Se ha aclarado ya que en aquella época, en
el idioma latino que también se hablaba en la colonia romana de Palestina, la
palabra manos se escribía 'manibus', pero no solo se refería a las manos
propiamente dichas, sino al antebrazo en general.
Nicu Haas, profesor de la Universidad
Hebrea de Jerusalén, dirigió una cuidadosa investigación con la que demostró
que si a Jesús lo hubieran
clavado en la palma de las manos, el peso del cuerpo, por ley de gravedad, lo
habría empujado hacia adelante y, con toda seguridad, se habría desclavado,
cayendo al suelo.
En 1968, unos arqueólogos hallaron al
norte de Jerusalén varios de los clavos que se usaban para las crucifixiones en
tiempos de Cristo. Su tamaño, más largos que lo normal, parece
demostrar que fueron usados para atravesar las muñecas y no las palmas.
Las sombras
Todos los testimonios coinciden en que
Jesús murió a la hora religiosa de nona, la hora de la oración, que equivale a
las 3 de la tarde de nuestra época. Flavio Josefo, el gran historiador romano,
dejó registrado ese momento en la formidable crónica que escribió en su libro
'Antigüedades judías':
“Cuando el condenado expiró, el
gigantesco velo que cubría lo más sagrado del templo de los judíos se rasgó en
dos, de arriba hacia abajo, como si un rayo invisible lo hubiese destruido, y
la tierra tembló con un grande estremecimiento, las piedras del monte se
partieron sin que nadie las hubiera tocado, se abrieron las tumbas del
cementerio del valle de Josafat, que queda frente al Calvario, y muchos
cadáveres se pusieron de pie para ir en busca de sus familiares. Y a pesar de
que solo era media tarde, el sol se ocultó, y el mundo quedó sumido en las
sombras”.
A su turno, Plinio escribió que, “al ver
lo que estaba pasando, uno de los soldados romanos se volvió a sus compañeros y
exclamó: ‘Verdaderamente, este era el hijo de Dios’. Luego
empezó a gritar, arrojó su lanza y se fue corriendo, colina abajo. Nunca más se
volvió a saber de él”.
Entre tanto, Jesucristo se desangró en
la cruz. La hemorragia era incontenible. “Sudaba sangre”, escribe Graciano. “Y
jadeaba con desesperación. Se estaba ahogando”.
4 causas de la muerte
¿De qué murió Jesús, científicamente hablando?
Josefo dice lo siguiente: “La crucifixión era una condena tan terrible que a
Jesús le desmembró los
órganos corporales. De lejos se le podían contar los huesos y las costillas”.
El médico Edward Albury, decano
universitario en Oxford, y sobrino del legendario historiador inglés Arnold
Toynbee, dice que Jesús sufrió una hemorragia terrible, que le causó a su
organismo cuatro efectos principales:
1. Desmayos y colapsos fugaces, pero
constantes, a causa de la baja presión sanguínea, que le sobrevino desde que lo
estaban azotando en el palacio de Pilato, llamado pretorio. Esos desmayos
fueron los que lo hicieron caer al suelo varias veces, cuando iba camino del
Calvario.
2. Los riñones dejaron de funcionarle,
lo cual le impidió conservar el poco líquido que le quedaba en el cuerpo.
3. Tuvo que haber sufrido una terrible
arritmia cardíaca, con el corazón desbocado, tratando de bombear afanosamente
una sangre que ya no tenía.
4. Cuando
exclamó “tengo sed”, era porque el cuerpo estaba ansiando líquidos para reponer
la sangre perdida.
Epílogo
A su turno, el fisiólogo alemán Walter
Hernuth, que se describía a sí mismo como “ateo racionalista”, publicó en 1954
las conclusiones de su propia investigación. “Yo no creo que este hombre fuera
hijo de Dios”, dice, con energía, “pero
podría haberlo sido para resistir semejante tormento durante tres horas. No sé
cómo lo hizo. No conozco a nadie que aguante eso”.
Ya son más de las 3 de la tarde. Al pie
de la cruz, María, la madre, espera con una sábana en las manos que le
entreguen el cadáver de su hijo. La acompaña Juan el Evangelista, que tiene
apenas 24 años y parece un niño, el discípulo más joven de todos, el
único entre los doce apóstoles que tuvo el coraje de acompañarlo hasta la
muerte, desafiando la furia de la muchedumbre.
Cincuenta años después, a mediados del
siglo I, el gran filósofo Séneca, que era profesor del emperador Nerón,
escribió esta frase:
“No soy cristiano, pero me
estremezco al pensar que Jesús murió lentamente, gota a gota, como su propia sangre”.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO
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