La URSS y Venezuela
José Toro Hardy
En 1984 tuve la oportunidad de
visitar la URSS. Aunque cuando llegué ya era de noche, no pude resistir la
tentación de ir a conocer la imponente Plaza Roja. ¡Me quedé asombrado! Era el
símbolo del poderío soviético. A uno de sus lados la muralla del Kremlin desde
donde los jerarcas comunistas presidían desfiles militares para alardear del
poderío de las armas rusas. En aquella muralla están enterradas varias de las
figuras más importantes de Rusia. Además la tumba de Lenin, el Museo de
Historia, la catedral de San Basilio, todo profusamente iluminado y, como
presidiendo, una inmensa bandera roja de la URSS con la hoz y el martillo
coronando el Kremlin.
Admirado por el esplendor que
me rodeaba, estuve horas observando y meditando. Finalmente me dispuse a
partir. No eran las 10 de la noche pero no había ni un alma en
las calles, ni pude conseguir nada abierto donde calmar la sed. Escondida en
una esquina de la plaza finalmente conseguí una peculiar máquina expendedora de
Pepsicola. Digo que era peculiar porque no había vasos de plástico, ni latas,
ni botellas. El líquido caía en un único vaso de vidrio que usaba todo el
mundo y que, después, había que colocar otra vez en su lugar. Era tanta
la sed que limpié el borde y bebí. Al abandonar la Plaza Roja las calles
estaban oscuras. Faroles había muchos, con un bello diseño, pero todos
apagados.
Al día siguiente quise ver
cómo vivían los moscovitas. Mi impresión fue terrible. Las colas para comprar
alimentos eran larguísimas. Todo escaseaba. Todo estaba racionado. Vi por
primera vez en mi vida aparatos de radio sin dial. Una sola emisora que
transmitía solo lo que el gobierno quería que la gente oyera.
Fui a una inmensa tienda -los
almacenes GUM- a un lado de la Plaza Roja. Había largos mesones donde las
prendas estaban amontonadas en desorden. Me causó mucha impresión el mesón de
los zapatos. Montañas de ellos, de distintas tallas, pero todos marrones e
iguales. No estaban presentados en cajas ni en pares. Uno metía la mano
en el pilón, hasta conseguir digamos uno talla 40 para el pie izquierdo y
después tenía que seguir jurungando hasta conseguir el otro.
Eso es el comunismo. En la
URSS el sistema era capaz de producir bombas atómicas y de hidrógeno, aviones
de guerra, helicópteros, satélites artificiales y disponer del ejército más
numeroso del mundo, dotado del mayor número de tanques de guerra que existía y
de armas ultra modernas.
La URSS era la segunda nación
más poderosa del planeta, pero sus ciudadanos estaban sometidos a privaciones
increíbles. Aquel gobierno era capaz de subsidiarle el petróleo a todos los
países de la órbita soviética para conservarlos fieles al comunismo. Era capaz
de mantener a Cuba y de financiar o respaldar aventuras políticas y militares
en África o en Centro América; pero de lo que no era capaz el comunismo era de
producir vasitos de cartón, ni alimentos suficientes para su población que
padecía grandes carencias, ni zapatos de distinto modelo, ni cajas para que los
zapatos se pudieran vender por pares, ni de satisfacer necesidades que para
cualquier ciudadano de Occidente se hubieran considerado elementales. No
era capaz de iluminar las calles, ni de producir autos suficientes, pero era
capaz de dedicar cualquier esfuerzo para extender su sistema. Podía mantener a
su nomenclatura satisfecha y en la abundancia a costa de privar al ruso común
-cuya opinión no contaba- de las cosas más sencillas. Sobre todo los privaba de
libertad.
El comunismo tenía que
acabarse y eso fue lo que ocurrió cuando la gente se hartó, al igual que pasó
en los países de Europa Oriental. Uno a uno se rebelaron. Se desmoronó la
Cortina de Hierro, se derrumbó el Muro de Berlín y hasta la propia URSS se
desintegró en 16 naciones diferentes en 1991. El comunismo, firmemente apoyado
por el inmenso ejército rojo, se vino a pique sin que se disparara ni un solo
tiro. Murió por ineficiente.
Años después Chávez pretendió
resucitarlo y emularlo con un modelo al cual llamó Socialismo del Siglo XXI.
Usó el petróleo tal como lo hacía Brezhnev, para comprar voluntades. El
desenlace parecía inevitable. El comunismo y la URSS comenzaron a desplomarse
cuando muere Brezhnev en 1982 y los precios del petróleo soviético caen
de 42 a 9 dólares el barril y su economía colapsa. El Socialismo del Siglo XXI
se viene a pique cuando muere Chávez, los precios del petróleo venezolano se
derrumban de $ 116 el barril a un nivel inferior a los 30 y la economía
colapsa. El denominador común es
la incapacidad del sistema.
Venezuela ha entrado en su
propio "período especial". La escasez de alimentos y de medicinas es
dramática. Las colas en los automercados y en las farmacias así lo evidencian.
Nada se consigue. Eso ya se había vivido en la URSS. Con las diferencias del
caso, la historia se repite.
@josetorohardy